Por Alma | Historias de Alma, Filosofía, Publicaciones en español

 

El invierno pasado visité Viena y, mientras paseaba por la ciudad y disfrutaba de la historia omnipresente, noté, junto a los jardines del Belvedere, una placa conmemorativa: “El distinguido filósofo y profesor universitario Moritz Schlick (1882-1936).” El nombre me sonaba familiar, pero no podía recordar de dónde. Cuando un taxista me explicó que Schlick fue el fundador del influyente Círculo de Viena y que fue asesinado “accidentalmente” por un estudiante, yo quise saber más.

En una biblioteca cercana encontré el ensayo de Schlick de 1927 “Sobre el significado de la vida”. Una leída rápida revelaba su idea principal: que la vida sólo puede ser significativa si convertimos todo lo que hacemos en un juego. Eso sonaba extraño viniendo de un filósofo serio. Tuve que sentarme y leer todo el ensayo para darme cuenta de lo que quería decir: Cuando jugamos, explica Schlick, encontramos significado en la actividad misma, no en alguna meta futura. Lo mismo debe aplicarse a la vida en general: Debemos encontrar alegría y significado en todo lo que hacemos mientras lo hacemos, como si estuviéramos jugando. El significado es ahora, no en el futuro.

Dejé el libro y reflexioné. ¿Es esta una actitud realista ante la vida? Y entonces un viejo recuerdo surgió en mi mente. 

Hace unos años conseguí un puesto temporal en alguna universidad, como profesora invitada de literatura. Tal como lo recuerdo ahora, fue un semestre agradable, incluso cuando trabajar con estudiantes talentosos fue un gran reto. Afortunadamente yo tenía una buena amiga, una profesora de arte de la misma universidad, y me puse en contacto con ella inmediatamente. Ella era sólo un par de años mayor que yo, una persona apasionada y letrada: Claire.

Siendo nueva en la enseñanza académica, yo estaba un poco nerviosa respecto a mis seminarios. Aunque mis clases iban bien, a menudo venía a ver a Claire a su oficina para pedirle su consejo y apoyo. En una de mis visitas la encontré de pie en el centro de la habitación, rodeada por las pinturas de sus estudiantes que estaban recargadas en las paredes. Ella estaba preparando las evaluaciones de intersemestrales de sus alumnos. Dos de las pinturas me parecieron inmediatamente mucho mejores que el resto. Eran ricas, elaboradas y tenían un aspecto profesional.

Platicamos por un rato, cuando de repente señaló esos dos cuadros.

“Proyectos finales de mis dos mejores estudiantes”, explicó. “¿Cuál de ellos debería obtener una calificación más alta?”

Me sentí desbalanceada y dudé. Parecían opuestos el uno al otro en estilo y espíritu, pero ambos me gustaban. Claire sonrió ante mi indecisión.

Para posponer mi respuesta, comencé con un análisis abstracto: estructura de la imagen, composición de los colores, poder expresivo… Claire escuchó en silencio mi largo y sinuoso análisis. Cuando finalmente llegué a la conclusión de que Pete debería recibir la calificación más alta, ella volvió sonrió de nuevo.

“No”, sacudió la cabeza. “La verdadera obra maestra es la obra de Hugh”.

Su firme declaración me sorprendió, e incluso me ofendió un poco. Normalmente ella era una persona amable. Intenté explicar de nuevo mi razonamiento, pero ella me detuvo.

“Escucha Alma, no mires las evidentes razones objetivas. Intenta profundizar más. Mira bajo la superficie.”

“Pero la superficie es todo lo que podemos ver”, me opuse. “¡No puedo basar mi evaluación en lo invisible!”

Claire se rió. “¡La profundidad no es invisible! Está en las pinturas.”

Me sentí un poco avergonzada. “Muy bien, Claire, explica lo que quieres decir.”

“Mira, Alma, Pete trabaja en un estilo popular que está hecho para agradar a la vista. Él sabe exactamente lo que quiere que esta pintura haga por él – darle un buen contrato con una buena galería de arte. Está usando una tendencia artística contemporánea para obtener un resultado futuro – éxito, fama, dinero.”

“¿Pero cómo lo sabes, Claire? ¿Te dijo lo que piensa?”

“No me importa lo que piense o diga. Escucho lo que dicen sus pinturas.”

“Bueno, tal vez tengas razón, él quiere el éxito, ¿y qué? ¿Qué tiene de malo el éxito?”

Mi amiga se puso seria entonces. “No hay nada malo aquí, Alma. Es la naturaleza humana. Así es el mundo de hoy. El trabajo de Pete no está nada mal, pero no surge genuinamente de sí mismo. Hugh, por otro lado, pinta por el puro placer de expresarse – sin tratar de complacer a nadie, sin calcular el efecto en los propietarios de las galerías. Simplemente pinta. Es por eso que tiene un verdadero potencial como futuro artista”.

Miré los cuadros de nuevo y pude ver a lo que se refería. Asentí con la cabeza.

“Como profesora de arte”, continuó, “mi principal tarea es ayudar a mis estudiantes a encontrar significado en el acto mismo de hacer arte. Como dijo el filósofo Moritz Schlick, debes hacer lo que haces porque encuentras significado en hacerlo. Un verdadero artista encuentra significado en poner pintura en el lienzo, en la experimentación y el esfuerzo, e incluso en los momentos de confusión y dificultad. Puede que no sea divertido, pero es significativo. Esa es la actitud que quiero ver en las obras de mis estudiantes”.

“Y la actitud de Hugh es…”

“El filósofo Schlick lo llamó ‘significado como juego’ – y Hugh juega, en este profundo sentido de la palabra.”

Ella tomó un libro de su escritorio y leyó:

“Jugar”… es cualquier actividad que es realizada enteramente por sí misma, independientemente de sus efectos y consecuencias. Nada impide que estos efectos sean útiles y valiosos. Si son útiles, tanto mejor – la acción sigue siendo un juego, ya que ya lleva su propio valor dentro de sí misma.”

 

En aquel entonces, hace ocho o diez años, yo entendí a Claire sólo vagamente. Pero ahora, sentada en esta pequeña biblioteca vienesa, con más experiencia de vida a mis espaldas, creo que la he entendido. Sostuve en mis manos el ensayo de Schlick y susurré sus palabras: 

“La vida significa movimiento y acción, y si queremos encontrar significado en la vida, debemos encontrar actividades que tengan su propio propósito y valor dentro de sí mismas, independientemente de cualquier objetivo externo. … La más elevadas regla de la acción sería el principio: “Lo que no vale la pena hacer por sí mismo, no lo hagas por nada más”. Toda la vida sería entonces verdaderamente significativa, hasta sus últimos detalles.”

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Para leer el texto completo de Schlick, ver el sitio web de Agora:

https://www.philopractice.org/web/meaning#Schlick